Durante las primeras décadas del siglo XX se vivió una de las revoluciones más importantes de nuestra historia y la primera revolución en movilidad: el paso del uso del carruaje a los automóviles. Esto llevó consigo una serie de ventajas como una mayor higiene en las ciudades y el desuso de animales de tiro; cambios en los modelos urbanísticos con la adaptación de la ciudad al automóvil; y desventajas que se verían en el futuro como la contaminación. Este cambio ocurrió en tan solo 20 años e inundó las principales ciudades con un nuevo modelo de movilidad.
Hoy en día estamos viviendo una segunda revolución en movilidad. Términos como sharing o swapping se abren camino en nuestro vocabulario; noticias sobre nuevos modelos de recarga, nuevas químicas de baterías, nuevos conceptos de vehículos o nuevas apps aparecen diariamente en el scroll infinito de nuestras pantallas. Pero ¿hacia dónde vamos realmente? La respuesta corta es sencilla: aún no podemos saberlo, pero si algo está claro es que nos dirigimos hacia la electrificación y la hidrogenación.
Volviendo a las calles de nuestras grandes ciudades, actualmente están comenzando a compartir asfalto diferentes formas de movilidad como lo son la micro movilidad, el transporte convencional, el sharing, o el transporte urbano (sea eléctrico o gas). Esta gran variedad de formas de transporte responde a una acuciante necesidad en las ciudades: mover a más y más personas que se trasladan de la periferia a las grandes ciudades (el éxodo rural del S.XXI). Esto quiere decir que ya no solo necesitamos mover a personas; también necesitamos generar la energía necesaria para moverlas.
Por eso, en esa segunda revolución de la movilidad nos enfrentamos a un doble reto: la nueva movilidad y la necesidad de un nuevo modelo energético.
El año 2022 ha acabado por necesidad por ser el año que inicia un punto de inflexión en los modelos de generación eléctricos, así como sus modelos comerciales. Los roles tradicionales se han visto superados por nuevas dinámicas que se adaptan al consumidor final, quien está mucho más informado y que se preocupa más por la sostenibilidad; quienes buscan más que nunca un necesario ahorro energético y económico. El usuario de un vehículo 100% eléctrico va a tener en mente dos preguntas fundamentales: ¿Dónde tengo un punto de recarga? Y ¿Cuánto me cuesta cargarlo allí?
Por eso, la actual revolución de la movilidad y la incipiente revolución eléctrica van a ir de la mano y una no podrá avanzar sin que la otra lo haga a su lado. Así, ahora mismo solo se me ocurre una pregunta, ¿Cómo estaremos en el 2042?
Este artículo fue escrito por el ingeniero Ramón Castro Rodrigo. Encuentra su curso Vehículo híbrido y eléctrico haciendo clic aquí.